marzo 25, 2006

BIOTECNOLOGIA - Por Brian Tokar


Durante muchos años, el debate público sobre la biotecnología y la ingeniería genética era dominio sobre todo de científicos, ex-científicos y anti-científicos. Hoy, esto es cosa del pasado, pues los productos de la biotecnología han empezado a transformar la naturaleza de nuestra comida, nuestras medicinas y la relación del capitalismo global con el mundo natural (ver Z Julio/Agosto 89, Febrero 92). Pero mientras los defensores del medio ambiente, grupos de consumidores y otros se esfuerzan por entender los complejos temas relacionados con la biotecnología, una nueva generación de científicos-activistas propone una crítica mucho más severa de esta tecnología especialmente ambiciosa e imperialista.

El debate sobre la Hormona de Crecimiento Bovino (BGH) para las vacas lecheras, creada genéticamente, se ha extendido desde los estados productores clave a los centros urbanos de todo EE.UU. Los tomates modificados para durar tres semanas en las estanterías de los supermercados están siendo probados en todo el país, y variedades genéticamente alteradas de calabazas, patatas, soja, algodón y aceite de 'canola' están abriéndose camino a través de la tríada de aprobación de la USDA, FDA y EPA (Departamento de Agricultura, Agencia de Alimentos y Medicamentos, Agencia de Protección del Medio Ambiente, respectivamente). Las empresas de biotecnología prometen curas seguras para la anemia, la fibrosis cística y posiblemente el cáncer - siempre que los pacientes estén preparados para pagar más de 1000 dólares por dosis - y los recientes movimientos en la internacional Iniciativa por el Genoma Humano avanzan la promesa de tests de diagnóstico (cuando no ‘curas’) para un amplio abanico de enfermedades genéticas. Manipulaciones hasta ahora inconcebibles de la composición genética de las bacterias, plantas, animales y personas se nos presentan como un hecho a la vuelta de la esquina.

Para los defensores del medio ambiente, luchadores por la seguridad en los alimentos, médicos éticos y otros preocupados por las consecuencias de las nuevas tecnologías genéticas, estos acontecimientos plantean un serio dilema. Nunca hasta ahora los resultados de nuevos descubrimientos científicos han sido promovidos tan espectacularmente ni sacados al mercado tan rápidamente. Nunca hasta ahora el curso de la investigación científica básica ha sido tan completa y ofuscadamente dirigido por consideraciones comerciales. Cada nuevo producto contiene profundas implicaciones para la integridad de los ecosistemas naturales, la cría humana de los animales domésticos, la seguridad y calidad de los suministros de alimentos, la virulencia de las plagas de insectos y plantas comunes, la supervivencia de las granjas pequeñas, la naturaleza de la medicina y la ética de la experimentación genética misma. Pero al estar desarrollándose y probándose cientos de productos agrícolas y medicamentos nuevos sólo en los EE.UU., es difícil imaginar cómo los activistas o los legisladores (si tuvieran esa inclinación) pueden responder individualmente a cada nuevo producto y a cada nuevo descubrimiento.

En los primeros años de la llamada ‘revolución genética’, fueron los científicos los que pulsaron la alarma en primer lugar. En 1975, poco después de que investigadores de la universidad de Stanford consiguieran transferir un gen de resistencia antibiótica de una especie de bacteria a otra, algunos biólogos moleculares realizaron un llamamiento para establecer una reglamentación federal para detener experimentos potencialmente peligrosos. Contrariamente a lo que esperaban, surgió una amplia oposición en ciudades como Cambridge y Palo Alto, donde debían construirse los laboratorios controlados para la experimentación genética. Se establecieron unas normas por parte del Instituto Nacional de la Salud (NIH) y, a pesar de un registro substancial de abusos y escándalos menores, éstas se fueron debilitando en los años siguientes. La partición de genes pronto se convirtió en la tecnología de moda en un círculo cada vez más amplio de especialidades de investigación. Hacia mediados de los 80, la oposición entre los científicos a la creciente comercialización de la investigación genética se había evaporado prácticamente.

El verano pasado, una nueva generación de científicos escépticos se reunió, esta vez en Malasia, bajo los auspicios de la internacionalmente renombrada Third World Network (Red del tercer mundo). Especialistas de diversas áreas, desde genética molecular a ecología vegetal, biofísica y medicina prepararon una nueva declaración, "La necesidad de una mayor reglamentación y control de la ingeniería genética", que debería ayudar a elevar substancialmente el nivel del debate en curso sobre la biotecnología. Este abril pasado, muchos de estos científicos se reunieron en Nueva York para informar a los delegados de la Comisión sobre el Desarrollo Sostenible de la ONU de sus descubrimientos y presionar en favor de un protocolo internacional en bioseguridad que se añadiría a la Convención por la Biodiversidad adoptada en la cumbre medioambiental de la ONU en 1992.

El papel de la Red del Tercer Mundo en este debate es especialmente notable. Para muchos activistas del tercer mundo, las nuevas tecnologías genéticas representan una profunda amenaza a sus ecosistemas nativos y a las vidas de los agricultores tradicionales. Las empresas farmacéuticas y químicas del Norte han estado ‘extrayendo’ activamente plantas medicinales exóticas, parientes de las hortalizas y legumbres habituales altamente resistentes, y otros tesoros, de los ecosistemas tropicales y sus comunidades indígenas. Bajo el paraguas de las protecciones de las disposiciones sobre derechos de propiedad intelectual en los nuevos acuerdos del GATT (Acuerdo General sobre Aranceles aduaneros y Comercio), las empresas pueden patentar sus ‘descubrimientos’ y convertirlos en productos propietarios para la venta comercial en todo el mundo.

Mientras tanto, las agencias de desarrollo internacional han estado promoviendo activamente la idea de una segunda ‘revolución verde’ basada en la biotecnología. Mucha gente en el llamado ‘mundo en vías de desarrollo’ cree que esto daría un golpe aún más decisivo a la agricultura autosuficiente tradicional que la ‘revolución verde’ original de los 70, basada en variedades híbridas especializadas de los cultivos de grano comunes, altamente dependientes de caros productos químicos. Los granjeros de la India se organizaron contra la creciente comercialización de la agricultura y consiguieron atención mundial (excepto en los EE.UU) en octubre de 1993 cuando 500.000 granjeros se reunieron en Bangalore para protestar contra el control empresarial y las patentes de semillas. Mientras los activistas en los EE.UU. se oponen a productos individuales de la biotecnología, a nivel fragmentario, los activistas en el tercer mundo (y muchos en Europa también) expresan la necesidad de una crítica más básica y una oposición más decidida a la ingeniería genética y a los mitos de la ‘propiedad intelectual’.

Los límites de la política alimentaria de siempre

Desde que la FDA aprobara la Hormona de Crecimiento Bovino (BGH), creada genéticamente, para su uso comercial a finales de 1993, los activistas han estado divididos acerca de cómo mantener a la leche libre de este producto innecesario y perjudicial. El caso contra la BGH es cada vez más claro: numerosos estudios han confirmado los brotes de mastitis (infecciones en las ubres) y los altos recuentos de células somáticas en la leche (provenientes de células de pus dispersas, lo cual lleva a un deterioro más rápido), después de que se les inyectara BGH sintético a las vacas. Las infecciones son persistentes y frecuentemente requieren dosis inusualmente altas de antibióticos no estándar. El uso de la BGH está ya disminuyendo en los estados del oeste, debido a "excesivos problemas en pies y piernas, incremento de abortos, problemas de nacimiento y de crianza, y mayores niveles de desechos", según la revista del ramo, Dairy Profit Weekly. Las vacas inyectadas con BGH claramente están agotando sus reservas metabólicas para mantener niveles artificialmente elevados de producción de leche, y los consumidores tienen buenas razones para preocuparse por los residuos antibióticos, el deterioro más rápido, los niveles alterados de grasas, calcio y proteínas, y diversos efectos laterales por la elevación de los niveles de un factor de crecimiento (IGF-1), relacionado con la BGH, que comparten vacas y personas.

Dado que los precios de la leche para los granjeros van constantemente a la baja (sin ninguna baja correspondiente en los precios al público), está claro que sólo las industrias biotecnológicas, químicas y farmacéuticas se están beneficiando del uso del BGH. Sin embargo, la multinacional Monsanto está echando toda la carne en el asador para hacer de la leche-BGH el estándar de la industria. Venden la BGH directamente a los granjeros, pagan las facturas de los veterinarios, ofrecen recogida gratis de las jeringuillas y grandes descuentos por incremento de volumen, y amenazan con poner un pleito a las compañías que etiqueten sus productos como libres de la hormona sintética. Para la gente que quiere comprar leche no adulterada está siendo cada vez más difícil determinar con certeza qué empresas lecheras realmente prohiben a sus granjeros usar la hormona. La causa: Monsanto y el resto de la industria agroquímica ha decidido que la biotecnología es el futuro y que la BGH será su entrada en el mercado, tanto si la gente lo acepta de buen grado como si no.

Como informaba el New York Times en sus páginas de economía en marzo, "el consenso es que si un gigante con bolsillos anchos como Monsanto no puede sacarlo adelante, Wall Street se abstendrá de invertir en biotecnología para la industria de la alimentación en los próximos años". Básicamente, el valor de las acciones de biotecnología ha caído a la mitad desde 1992 y la tasa de éxito de los nuevos medicamentos - el producto con más éxito de estas industrias hasta hace poco - ha caído precipitadamente. Estudios recientes muestran que los medicamentos biotecnológicos pasan los tests clínicos y otras pruebas de seguridad y eficacia aproximadamente al mismo nivel que los medicamentos descubiertos con métodos más convencionales, confirmando la visión de que los aclamados ‘éxitos’ de la biotecnología surgen en gran medida del éxito de la industria en echar a otras tecnologías fuera de la agenda de investigación.

Los primeros esfuerzos para aumentar la conciencia pública sobre los peligros de la BGH se centraron especialmente en los medios de comunicación y en la legislación. La Campaña por una Comida Pura, con sede en Washington, D.C. (ahora en Minnesota), coordinó manifestaciones en las ciudades más importantes de todo el país en respuesta a la aprobación por la FDA de la BGH, incluyendo numerosos volcados públicos de leche, con gran visibilidad. El seguimiento por parte de los medios fue impresionante en los primeros meses de uso de la BGH y el tono del seguimiento fue con frecuencia inusualmente favorable. La legislatura de Vermont aprobó la primera ley de etiquetado obligatorio para los productos lecheros afectados por la BGH en marzo del 94 y Maine, Wisconsin y Minnesota siguieron sus pasos con versiones considerablemente más suaves. Más de 100 distritos escolares desde Chicago a Los Angeles aprobaron resoluciones contra los productos BGH en sus cafeterías y se iniciaron procesos contra la FDA por conflictos flagrantes de intereses entre el personal responsable de la aprobación de la BGH.

A pesar de que todas estas acciones sin duda han teñido la reputación de la BGH y han afectado a la venta de productos lácteos en todo el país, la industria lechera en bloque ha apoyado sin fisuras la promoción testaruda de Monsanto de su nuevo producto estrella. Más de un año después de aprobar la ley de etiquetado de Vermont, aún no ha sido puesta en marcha. Diez meses discutiendo las reglas, un gobernador intentando estar a bien con las dos partes, intentos legislativos persistentes de suavizar la ley y, finalmente, una denuncia por las principales asociaciones comerciales (Asociación Internacional de Productores Lácteos, comerciantes, empresas de alimentación, etc.) han convertido al etiquetado de la BGH en una pelota política que pocos en el Congreso quieren coger. ¿Por qué se opone vehementemente la industria al etiquetado? Porque innumerables sondeos en Vermont y en todo el país muestran que la mayoría de la gente no quiere consumir productos lácteos provenientes de vacas tratadas con BGH.

En vez de pasar a la ofensiva contra este intento flagrante de prevenir el etiquetado de la BGH, los abogados y consultores de los lobbies de granjeros y grupos de consumidores en Vermont, buscaron el compromiso. Sin confianza en que la denuncia de la industria pudiera ser batida en los tribunales, silenciosamente apoyaron los planes para modificar las reglas de etiquetado y hacerlas menos costosas para las corporaciones. Unos pocos activistas tomaron la iniciativa de acudir a las autoridades escolares locales y ganaron resoluciones contra la BGH a nivel local. Mientras tanto, Food & Water, una organización nacional por la seguridad en la alimentación con base en Vermont, optó por una campaña más concentrada en apuntar a empresas concretas por promover el uso de la BGH.

El plan era centrarse en Land O’Lakes, uno de los productores lácteos más grandes de los EE.UU y una de las empresas que más visiblemente han apoyado el uso de la BGH. Food & Water había ganado una pequeña concesión de Land O’Lakes en una campaña previa, cuando la compañía empezó a vender una marca de leche de calidad en el Medio Oeste, libre de la hormona. Días antes de que empezara la campaña contra Land O’Lakes en Vermont, Food & Water obtuvo un memo interno del más conocido productor de quesos de Vermont discutiendo planes para acabar con su propia prohibición sobre la BGH. Después de cientos de llamadas de clientes enfadados y más de un millón de dólares perdidos en ventas, la Cabot Creamery primero defendió su nueva política y luego se echó atrás. El resultado final aún no está claro. Los organizadores esperan que las lecciones de las campañas contra Cabot y Land O’Lakes puedan ser de utilidad contra las marcas nacionales más grandes que se han atrincherado detrás de Monsanto. Campañas concentradas de consumidores como la de Food & Water pueden tener éxito donde la política legislativa convencional ha fracasado (una proposición de ley federal de etiquetado de BGH, propuesta por el congresista independiente de Vermont, Bernie Sanders, no se cree que tenga muchas posibilidades de llegar al Congreso. A pesar de ello, varias organizaciones nacionales han hecho de esta propuesta el centro de su estrategia contra la BGH).

Está por ver si estos esfuerzos, combinados con la creciente resistencia a la BGH por parte de los granjeros, tendrá éxito en detener el uso de este producto de la ingeniería genética en los EE.UU. Está aún menos claro si se conseguirá el mismo nivel de movilización este año contra los tomates y calabazas alterados, y el año que viene contra las patatas y el algodón resistente a los herbicidas y luego contra el ‘Mundo feliz’ de los productos alimenticios creados genéticamente. Sería necesaria una cooperación entre los activistas sin precedentes, una difícil posibilidad en estos tiempos de cautela immobilizadora y competición creciente por los escasos fondos entre las organizaciones mayoritarias. En Europa, donde la oposición a la ingeniería genética es más amplia y se expresa a un nivel más fundamentalmente ético, los ministros de agricultura del continente han aceptado extender la moratoria sobre la BGH de la Unión Europea al año 2000. En Alemania, donde la fea cara de la eugenesia está aún muy presente en la conciencia pública, los activistas han organizado grandes campamentos en las parcelas experimentales donde se están probando cultivos alterados, patrullando así las cosechas a la vista del gran público.

Oposición científica

Mientras la gente en los EE.UU. está luchando batallas importantes, pero con frecuencia de forma individual, contra los peligros de productos específicos de la biotecnología, los activistas internacionales se han unido a los científicos progresistas para articular una crítica más amplia de la biotecnología y la ingeniería genética. Se han concentrado en las consecuencias ecológicas, sociales y éticas de la experimentación genética con fines comerciales. Ven el paradigma científico de la ingeniería genética como una lectura fundamentalmente errónea de la naturaleza de los procesos de la vida, y han demostrado cómo el falso optimismo público de la industria de la biotecnología refleja una ignorancia voluntaria de los recientes descubrimientos en genética molecular y ciencias ecológicas. La carrera por comercializar productos biotecnológicos ha sacado de la agenda de la comunidad científica a los estudios de los efectos de los organismos creados genéticamente (GEOs), por lo tanto se debe imponer una moratoria internacional sobre la liberación al aire libre de formas de vida creadas genéticamente hasta que se puedan poner en marcha medidas significativas de seguridad. Este fue el mensaje de la presentación de la Red del Tercer Mundo en Nueva York el pasado abril.

La crítica filosófica y histórica más amplia de la biotecnología la realizó la física, autora y activista ecofeminista india Vandana Shiva, quien señaló que las premisas mecanicistas inherentes al concepto mismo de ‘ingeniería genética’ reducen la complejidad y habilidad auto-organizativa de los ecosistemas vivos, a la creencia de que la vida puede ser "[re]diseñada desde fuera". "El paradigma reduccionista emergió en una era en que las especies eran tratadas simplemente como objetos del ‘imperio del hombre’, para ser manipuladas a su voluntad con objeto de servir a los intereses de los miembros dominantes de la especie humana" ha escrito Shiva. La visión dominante no sólo ignora las incertidumbres inherentes a la experimentación genética y la impresionante proporción de casos en que los organismos alterados genéticamente no se comportan como se esperaba, sino que denigra sistemáticamente las formas más tradicionales de conocimiento, sobre las cuales dependen cada vez más los pretendidos ingenieros genéticos para encontrar pistas sobre dónde buscar genes prometedores en la naturaleza para estudiarlos. "Se necesita un paradigma post-reduccionista para crear respeto por los sistemas indígenas y para protegerlos" ha argumentado Shiva.

Las limitaciones de la idea de la ingeniería genética se ilustran mejor con un hecho nunca mencionado en los exultantes informes periodísticos de los últimos avances científicos: que la tasa real de ‘éxito’ en los experimentos de partición de genes es con frecuencia muy baja. Vandana Shiva señaló recientes experimentos en que uno de cada 550 embriones de ovejas "creados genéticamente" creció hasta convertirse en ovejas que produjeran leche con cantidades utilizables de una proteína humana de la sangre farmacológicamente activa. Petunias alteradas para tener pigmentos extra salen con frecuencia blancas o coloreadas irregularmente. Los esfuerzos en Nova Scotia para insertar genes resistentes al frío del lenguado a las huevas del salmón atlántico tuvieron éxito en uno de cada 100.000 intentos. Los cerdos alterados para producir más hormonas de crecimiento, en teoría para una carne más magra, nacieron deformados, estériles y con los músculos de las piernas tan débiles que nunca pudieron caminar normalmente. Con prácticamente ningún esfuerzo para estudiar sistemáticamente estos frecuentes "fracasos", los intentos de predecir los efectos de liberar organismos alterados en la naturaleza son poco más que conjeturas.

La opinión mundial que ha promovido la confianza en la "ingeniería genética" a pesar de la cascada de pruebas en contra es también inconsistente con los descubrimientos en genética molecular en los últimos 20 años. Las discusiones populares sobre la biotecnología, según Mae-Wan Ho de la Universidad Abierta en el Reino Unido, ignoran el hecho abrumador de que "ningún gen funciona aislado". Los "dogmas centrales" de la genética de los 60 - que los genes determinan características visibles de una manera directa (ADN-ARN-proteínas), que los genes son estables y se transmiten sin cambios a las generaciones futuras exceptuando mutaciones excepcionalmente raras y que la herencia de rasgos concretos no está influida por factores medioambientales -, han sido todos cuestionados por los descubrimientos recientes. El mito de un "programa genético" directo ha sido puesto en duda por los descubrimientos de "genes saltarines", transposones, el procesamiento complejo y la "edición" del ARN mensajero antes de ser "traducido", el fenómeno de la "cosupresión" (por el cual copias adicionales de un gen, artificialmente insertadas, suprimen más que elevan, la expresión original del gen) y nuevas pruebas de que cambios en el entorno pueden realmente afectar a los genes que bacterias y plantas transmiten a su descendencia (véase, por ejemplo, Scientific American, marzo del 93). "Los genes están definidos por el contexto; si no entiendes el contexto, no entiendes la función de un gen" explica el colega de Ho, Brian Goodwin, autor del reciente libro "Cómo el leopardo cambió sus rayas".

Se cree hoy en día que menos del dos por ciento de las enfermedades humanas son el producto de un solo gen. Incluso en esos casos, el diagnóstico genético es raramente suficiente para predecir si una persona tendrá nunca algún síntoma. Por ejemplo, uno de cada diez bebés afroamericanos en los EE.UU nace con al menos una copia del conocido gene de la célula falciforme (sickle cell), mientras sólo uno de cada 500 padece en realidad anemia falciforme. Algunos caen gravemente enfermos cuando son niños pequeños mientras otros se ven afectados mucho más tarde y en un grado mucho menos serio, todo ello por razones enteramente desconocidas. Según el biólogo molecular de Berkeley, Richard Strohmann, "está cada vez más claro que el análisis genético por sí solo no servirá nunca para predecir, diagnosticar o tratar enfermedades como el cáncer poligénico, la hipertensión u otros fenotipos humanos complejos".

Las claras pruebas de que "la migración de poblaciones humanas resulta en nuevos tipos de cáncer, en que el grupo coge enfermedades reflejo de su nuevo entorno y abandona enfermedades comunes a sus parientes que se han quedado en casa y con quienes comparten un mismo background genético" demuestran los límites del análisis genético de las enfermedades, según Strohmann. Una vez más, las premisas tradicionales de que los "programas" genéticos determinan el carácter fisiológico de cada uno y que los rasgos genéticos no se ven afectados por factores medioambientales, se están poniendo seriamente en duda.

Organismos transgénicos y bioseguridad

Los esfuerzos de la industria por mitigar la extendida preocupación pública sobre la biotecnología se basan en tres mitos mantenidos comúnmente: que la manipulación genética es "natural", que no es muy diferente de la crianza convencional y que los organismos transgénicos son inherentemente incapaces de escapar de entornos cuidadosamente controlados, sea laboratorios, sea granjas de producción. Estos argumentos han sido desacreditados desde hace tiempo en los círculos científicos. Mientras la crianza tradicional - y la mayoría de transferencias de genes en la naturaleza - significa la substitución de formas alternas (aleles) de un gen particular en su sitio apropiado (cromosómico o extra-cromosómico), la partición de genes en el laboratorio puede resultar en combinaciones enteramente nuevas de los rasgos genéticos de un organismo.

Esto añade tremendas incertidumbres nuevas. Según el ecologista Philip Regal de la universidad de Minnesota, incluso aquellos que apoyan la desregulación de la biotecnología aceptan que "no puede haber argumentos genéricos en favor de la seguridad de los organismos creados genéticamente". Regal ha escrito que, creando "poblaciones de organismos con nuevas combinaciones de rasgos adaptativos" (p.ej. rasgos como la resistencia a la enfermedad y a las plagas, que mejoren las posibilidades de supervivencia), "la ingeniería genética tiene el potencial para crear tipos de organismos que pueden interactuar con ecosistemas y comunidades biológicas concretos de maneras funcionalmente o competitivamente novedosas".

Esta visión es apoyada por los estudios sobre los efectos de los organismos exóticos no creados genéticamente que se han ido introduciendo en entornos para los cuales no estaban adaptados. En vista de casi 40 años de estudios ecológicos sobre el impacto de plantas y animales introducidos en nuevos entornos, la probabilidad de un daño ecológico significativo por la liberación de organismos "diseñados" es un tema que debe preocuparnos muy seriamente.

Desde la plaga que virtualmente destruyó los castaños de América, a las lagartas, los caracoles de jardín de California y las "medflies", las viñas "kutzu" en el sudeste y aproximadamente el 40 por ciento de todas las plagas de insectos importantes en los EE.UU, la introducción de organismos provenientes de tierras lejanas tiene muchas veces efectos dramáticos e inesperados en los ecosistemas nativos. Los eucaliptos importados de Australia han asfixiado las tierras pantanosas de Norteamérica y el sudeste asiático, y se han convertido en una importante amenaza al suministro de agua de superficie en los Everglades de Florida y muchos otros ecosistemas en peligro en todo el mundo. Un estudio encargado por el programa medioambiental de la ONU ha documentado varios de estos casos, desde microbios causantes de enfermedades que sobreviven a fuertes cuarentenas hasta las variantes importadas de caballos, cabras y renos. "Los resultados de esta mezcla al por mayor de la flora y fauna de la tierra han sido efectos ecológicos inesperados e infortunados", concluía el estudio.

La existencia de más de mil variedades de plantas y bacterias alteradas genéticamente en el laboratorio y después probadas al aire libre, añade nuevos riesgos imprevisibles a esta situación. Más allá de las diversas alteraciones físicas y ecológicas causadas por la inserción de organismos novedosos pero intactos genéticamente en nuevos entornos, las formas de vida alteradas genéticamente añaden una dimensión de riesgo completamente nueva. Un estudio de 1993 encargado por la Unión de Científicos Preocupados describe varios escenarios en que las variedades alteradas de cultivos comunes pueden convertirse en hierbas invasoras o pasar sus combinaciones únicas de genes a las plantas nativas con consecuencias imprevisibles. Los genes insertados pueden extenderse a la naturaleza salvaje a través del polen y de varios transmisores bacterianos y víricos. El escenario más probable en los EE.UU es en el caso de cultivos como la colza y el girasol que tienen muchos parientes "salvajes" aquí. Cuando la experimentación genética se traslade a las regiones tropicales, de las cuales provienen la mayoría de cultivos comunes, el factor de riesgo se multiplica varias veces.

En otras palabras, con cientos de variedades de plantas y bacterias alterados genéticamente siendo probados sólo en los EE.UU, el riesgo de afectar a las especies nativas de plantas es ya muy serio. Si un número en cierta manera significativo de estas variedades se cultivara en cantidades comerciales sobre una área geográfica amplia, el riesgo se convertiría en extremo. En los países del tercer mundo donde las variedades nativas, salvajes, de los cultivos habituales son más comunes, hay una alta probabilidad de que la experimentación genética altere severamente el balance natural de plantas y animales sobre el que ha dependido la gente durante miles de años. Un estudio reciente de Greenpeace documentaba tests de campo no regulados y otras actividades de desarrollo con GEOs en al menos 13 países africanos, asiáticos y latinoamericanos, y 80 usos ilegales de microbios patentados, alterados genéticamente, sólo en la India. Sin prácticamente recursos científicos para controlar los efectos de esos experimentos, estos países dependen completamente de la información científica inadecuada proveniente de países como EE.UU y Japón, donde se están desarrollando estas tecnologías.

Las pruebas se acumulan

A pesar de la plétora de escenarios probables de alteración genética y ecológica por el uso de formas de vida alteradas, estos escenarios acostumbran a tener un componente especulativo que facilita a los portavoces de la industria el atacar a sus oponentes por extender miedos sin fundamento. Hasta hace poco, claro. Los estudios de las consecuencias medioambientales de los organismos alterados genéticamente están en su infancia comparados con la creciente sofisticación de las tecnologías de partición de genes, por razones obvias relacionada con las fuentes de recursos para tales investigaciones. No obstante, las evidencias científicas sobre la viabilidad y potencial destructivo de los organismos alterados están empezando a acumularse rápidamente.

El año pasado, virólogos de la Michigan State University publicaron un estudio demostrando que los genes víricos implantados en células de plantas podían transferirse al ADN de otros virus con que la planta tuviera contacto. El Dr.Richard F.Allison dijo al New York Times que esto podía llevar a la creación no intencionada de nuevos, y quizás más virulentos, virus. Varios estudios sugieren que los virus también pueden transferir genes entre plantas y quizás animales también. Estudios de la universidad de Arizona sugieren que los ácaros parasitarios pueden estar involucrados en transferir genes saltarines conocidos como "elementos P" entre variedades comunes de moscas de las frutas. Cuando los genes ‘foráneos’ empiezan a extenderse entre las poblaciones salvajes de plantas y animales, se convierten en imposibles de rastrear, mucho menos de controlar.

Una de las presentaciones más impactantes del seminario de la Red del Tercer Mundo en Nueva York fue hecha por la Dra.Elaine Ingham, una patóloga vegetal de la universidad de Oregon State. Ingham empezó a preocuparse sobre las consecuencias medioambientales de los esfuerzos de sus colegas por alterar la genética de una variedad común de bacteria encontrada en las raíces de la mayoría de las plantas. La bacteria sería capaz de digerir los residuos de los cultivos, ahora considerados productos de desecho y a menudo quemados en grandes cantidades, y producir alcohol etílico que los granjeros podrían utilizar como combustible. Para algunos, esto parecía el método tecnológico perfecto para convertir productos de ‘desecho’ en algo útil. Ingham se lanzó a descubrir como afectaría la bacteria genéticamente alterada al crecimiento de hierbas comunes en una variedad de tipos de terrenos.

Ingham descubrió que la bacteria alterada sobrevivía fácilmente y a menudo ganaba la partida a sus congéneres, algo que los defensores de la biotecnología decían que nunca podría ocurrir. Pero los efectos en las hierbas fueron aún más inesperados. En terrenos arenosos, la mayoría de hierbas murieron de envenenamiento por el alcohol. En terrenos de tierra, sin embargo, las hierbas murieron también pero por una causa completamente diferente. La bacteria alterada aparentemente incrementó el número de nemátodos que nutren a las raíces y disminuyó la población de hongos beneficiosos que ayudaban a las hierbas a resistir enfermedades comunes.

"Debemos entender los efectos en todo el sistema, no sólo porciones aisladas" ha escrito Ingham "porque los productos biotecnológicos van a tener una gama de impactos mucho mayor que sólo el organismo alterado". En terrenos boscosos, por ejemplo, las especies nativas de árboles dependen de hongos que viven en las raíces para la correcta absorción de nutrientes y agua del terreno. ¿Qué pasaría si estas bacterias se extendieran de una granja a los bosques cercanos? Otros estudios descritos por Ingham han demostrado efectos como niveles alterados de dióxido de carbono, incremento de enfermedades en las plantas y cambios en la distribución de otros microbios esenciales del suelo por la introducción de organismos alterados y sus subproductos.

Durante años, los argumentos sobre la seguridad de los organismos alterados dependían de las afirmaciones de que simplemente no podrían sobrevivir fuera del entorno controlado de los laboratorios y granjas experimentales. Beatrix Tappeser del Instituto de Ecología Aplicada, de Frankfurt, Alemania, presentó un estudio completo de experimentos diseñados para probar esta afirmación y encontró numerosos casos de formas de vida alteradas genéticamente que sobrevivieron, en aguas de superficie, en aguas aptas para el consumo, en aguas de desecho, en tierra e incluso en la ropa, en tasas comparables a sus familiares naturales. Además, fragmentos aislados del ADN no sólo sobreviven, sino que frecuentemente están a salvo de la degradación natural en las aguas fecales y en partículas suspendidas en el suelo, agua y heces animales. Estos descubrimientos aumentan el abanico de escenarios plausibles para la extensión descontrolada de rasgos como la resistencia a los antibióticos y herbicidas, la producción de sustancias tóxicas para varios insectos, la habilidad de crecer mejor en terrenos arenosos o degradados de otras maneras, y muchos más cambios bioquímicos sutiles. A la luz del conocimiento reciente sobre la complejidad de la expresión genética, la seriedad de las posibles consecuencias se incrementa en gran medida.

Política internacional

El seminario de la Red del Tercer Mundo en Nueva York se organizó para educar a los delegados de la ONU y sus colaboradores en preparación de la próxima reunión anual de la Comisión por el Desarrollo Sostenible de la ONU. Pero también se convirtió en un foro para tomar en consideración diversos temas de preocupación inmediata para los activistas del tercer mundo preocupados por la biotecnología. Los participantes centraron sus dudas en las "aplicaciones medioambientalmente sanas de la biotecnología" puestas de relieve en varios documentos clave de la ONU desde la cumbre medioambiental de la ONU en 1992.

Por ejemplo, un documento reciente de estrategia de la Organización para el Desarrollo Industrial de la ONU (UNIDO), después adoptado por la oficina del Secretario General, abogaba por "construir capacidad" en biotecnología en los llamados "países en desarrollo" bajo los auspicios de la ONU. Mientras los oficiales de la ONU describían estas propuestas como medios para los países de considerar mejor las consecuencias del desarrollo biotecnológico, la mayoría de participantes las vieron como un plan para la promoción y obtención de fondos internacional para la biotecnología en un momento en que la suerte de la industria en Wall Street está en declive. La ecologista alemana Christine von Weizsaecker explicaba cómo los ministerios de ciencia y tecnología de muchos países se han convertido en agencias para la promoción de ciertas tecnologías, como por ejemplo la biotecnología.

Un plan alternativo descrito por el abogado internacional Gurdial Nijar ponía el acento en evaluar los impactos sociales, ecológicos, culturales, económicos y sobre la salud pública, de los nuevos descubrimientos y todos los lanzamientos planeados. Los impactos de las formas de vida liberada serían estudiados con detenimiento más allá de las áreas inmediatas donde tuviera lugar la liberación, y la carga de la prueba de las afirmaciones de seguridad sería para los que proponen los tests de organismos genéticamente alterados. Nijar proponía una garantía internacional de consentimiento previo informado, basado en el Principio Precaucionario de la Declaración de Río de 1992, que afirma "Cuando haya peligro de daños serios o irreversibles, la falta de certeza científica total no debería ser usada como una razón para posponer medidas que prevengan la degradación medioambiental".

Desde la aprobación de la Convención por la Biodiversidad en la "Cumbre de la Tierra" en Río, los activistas de todo el mundo han presionado para añadir un protocolo sobre bioseguridad que protegiera a los ecosistemas nativos de las consecuencias posibles de la experimentación genética. A pesar de que la administración Clinton ha aceptado la Convención por la Biodiversidad rehuida por sus predecesores en Washington, ha intentado reinterpretarla para satisfacer las persistentes objeciones de la industria de la biotecnología. Específicamente, estuvieron en contra de las disposiciones que requerían a las empresas farmacéuticas y agrícolas que compartieran sus investigaciones con los pueblos indígenas, que han sido los cuidadores tradicionales de la biodiversidad (ver Z de octubre del 93). Los EE.UU también han estado a la cabeza de los esfuerzos para oponerse a un protocolo por la bioseguridad.

Los defensores de la biotecnología en las plantillas de varias agencias de la ONU, así como el gobierno de los EE.UU, citan las usuales alegaciones sobre la misión de la biotecnología para alimentar al mundo, incrementar los recursos renovables, mejorar la salud humana y la protección medioambiental. El testimonio de los activistas y científicos escépticos sobre la biotecnología sólo confirma el carácter cuestionable de estas afirmaciones, y expone los riesgos largamente infravalorados inherentes a las nuevas tecnologías genéticas. El mejor antídoto a las acusaciones de los ejecutivos de la industria de la alimentación de que los oponentes a la biotecnología están usando "tácticas del miedo" para frenar la aceptación inevitable de los alimentos alterados puede ser una comprensión más elevada de las consecuencias reales del futuro alterado que la América empresarial espera con tanta ansiedad. Combinado con el ya amplio escepticismo sobre la creciente manipulación tecnológica de la comida, esto puede ofrecer nuestra mejor esperanza de que el ‘Mundo feliz’ de la biotecnología no es tan inevitable como sus proponentes quieren hacernos creer.

Título original: Biotechnology
Origen: Z Magazine, Junio 1995
Traducción: Alfred Sola, Julio 1999