enero 02, 2007

ARCHIVO - ECOLOGIA DEL HORROR


No entiendo.

Por Rosa Montero

Cegados por la esperanza, esa virtud que tanto nos protege y nos ampara, los humanos tendemos a creer que el horror tiene un límite. Y así, cuando sucedió lo de Bosnia nos dijimos: esto es el infierno y resulta imposible que haya nada peor. Pero siempre lo hay. Más crueldad, más violencia, más espanto. Un sadismo que no cabe en la cabeza. Como lo que ocurre ahora en Sierra Leona. No puedo concebir pesadilla mayor que ese país en completo colapso por el que deambulan, en estado de shock, seres mutilados a los que nadie ayuda. Niños de cinco años con las manos amputadas. Mujeres a las que se les ha rebanado la nariz y la lengua. No hay médicos, apenas si hay medicinas ni calmantes. Y, desde luego, no hay Dios en este mundo: qué Dios mínimamente respetable podría consentir tamaña atrocidad.

No entiendo nada. Cómo es posible que cada dos por tres se organicen sofisticadas, carísimas y monumentales acciones bélicas contra los enemigos oficiales (todos los días continúa cayendo tontamente alguna que otra bomba sobre Irak), y que ahora nadie piense en ir a Sierra Leona a impedir a esos bárbaros que sigan amputando brazos a los niños. ¿No estamos en la OTAN? ¿No somos europeos? Pues yo exijo que la OTAN y la UE y las Naciones Unidas intervengan inmediatamente en Sierra Leona. ¿Y dónde están los organismos internacionales de ayuda, dónde los puentes de suministros? No entiendo nada: ¿cómo es posible que sea más difícil llevar anestesia y cirujanos a Freetown que inundar de armas a todos los combatientes de la zona? Porque, ¿quién está proporcionando a esos salvajes los fusiles, los machetes de cortar deditos, las drogas y el alcohol con que, al parecer, pasan el día zumbados, la intendencia necesaria para sobrevivir? ¿Cuántos ricos y qué superpotencias se están beneficiando de las mutilaciones de esos niños?

El País Digital, 2 de febrero de 1999