EL GRAN DESAFIO DEL SIGLO XXI
Por Alieto A. Guadagni
Para LA NACION
WASHINGTON
Enfrentamos un desafío planetario, ya que las condiciones ambientales se han deteriorado y seguirán empeorando si continúan las tendencias actuales. El cambio climático es un problema global, porque los gases de efecto invernadero se mezclan en la atmósfera y tienen el mismo impacto, no importa dónde se emitan. El siglo XX ha sido extraordinario por el desarrollo de las fuerzas productivas, con un progreso tecnológico que enterró a la profecía malthusiana, que nos condenaba a no poder mejorar nuestro nivel de vida.
El crecimiento económico de la centuria pasada fue el mayor de toda la historia: el PBI mundial aumentó casi 20 veces, mientras que en los 400 años previos apenas había crecido siete veces. El progreso económico es indispensable, pero debe reconocer que el medio ambiente y la biodiversidad deben ser preservados. El clima está cambiando como consecuencia de las actividades humanas, fundamentalmente por la combustión de fósiles y la deforestación.
La Tierra ya ha experimentado un calentamiento de 0,7 ºC en los últimos cien años y se prevé un calentamiento adicional de entre 1,4 y 5,8 ºC en los próximos cien años si no se aplican enérgicas medidas acordadas en el nivel internacional. Los resultados serán precipitaciones más variables y una mayor incidencia de fenómenos meteorológicos extremos. Ello, junto con la elevación del nivel del mar, afectará negativamente la agricultura, los recursos hídricos, los asentamientos humanos, la salud humana y los sistemas ecológicos. Más de 60.000 glaciares están replegándose y el espesor de la capa de hielo en el Artico ha disminuido casi un 40 por ciento durante el verano.
Las evidencias científicas sobre el calentamiento terrestre y sus efectos adversos se han incrementado en los últimos años. Los costos para mitigar la emisión de gases de efecto invernadero dependen de las metas que se deseen alcanzar. Se estima, por ejemplo, que costaría alrededor de 60 mil millones de dólares por año estabilizar el dióxido de carbono en 550 partes por millón. En este caso, la temperatura subiría entre 1,7 y 2,8 grados en esta centuria, incremento adicional a los 0,7 grados del siglo anterior. Si pretendemos estabilizar los gases en el nivel actual de 450 partes por millón, deberíamos invertir 200.000 millones de dólares anuales.
La magnitud del desafío que enfrentamos se aprecia cuando se concluye que incluso con este significativo gasto la temperatura treparía entre 1,2 y 2,3 grados. Los modelos científicos indican que aumentos superiores a los 1,3 grados implicarán importantes perturbaciones climáticas. Pero para evitar este riesgo habría que estabilizar el dióxido de carbono en 400 partes por millón. Esto costaría más que 200.000 millones anuales. Aun cuando se adoptaran de inmediato medidas para reducir las emisiones, la estabilización de los gases de efecto invernadero tardaría tiempo, porque el sistema climático de la Tierra se caracteriza por una gran inercia, lo que significa que el cambio climático se prolongará a lo largo del presente siglo. Como el uso de la energía se cuadruplicará para 2050, el mundo deberá volverse menos intensivo en emisiones de carbono, para evitar desastres ambientales.
Se estima que para 2050 las emisiones se multiplicarán entre 1,6 y 3,5 veces por encima de los niveles actuales. Los hidrocarburos y el carbón representan hoy el 80 por ciento del consumo mundial de energía. Estos combustibles fósiles son las principales fuentes de las emisiones de gases de efecto invernadero que causan el recalentamiento y el cambio climático. Por ello, resulta esencial el incremento en el uso de fuentes de energía renovables y alternativas menos contaminantes.
A fines de 1998, el petróleo se cotizaba a 9,10 dólares; cuando se escribía, esta nota el precio había trepado a 70 dólares, un incremento de casi el 700 por ciento. Estos precios podrían alentar el cambio de una economía basada en los combustibles fósiles a una economía orientada hacia la bioenergía, y esto sería una buena noticia para el futuro de la humanidad.
El Protocolo de Kyoto, que determina reducciones en las emisiones contaminantes, ha creado interesantes mecanismos financieros, con la participación del Banco Mundial, para incentivar la inversión de los países industrializados en la generación de energías renovables en los países en desarrollo. Sin embargo, un sistema eficiente de certificados demandará un nuevo acuerdo de más largo plazo para que sea realmente efectivo. Como hemos avanzado poco, aún queda mucho por hacer, ya que las emisiones de gases de efecto invernadero han aumentado en todo el mundo.
La preservación de nuestro planeta es un bien público global. Por eso, los organismos internacionales deben cumplir eficazmente su mandato en esta cuestión, que hace al futuro de la vida humana en la Tierra. Queda por ver si seremos capaces de encauzar el crecimiento de la riqueza material, estimulado por la globalización, para asegurar que no haya excluidos de la prosperidad ni en esta generación ni tampoco en las futuras.
Al fin y al cabo, el mandato bíblico fue éste: "Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra y sojuzgadla" (Génesis 1:28). Pero eso no significa destruirla.
El autor es delegado argentino ante el Banco Mundial.
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