septiembre 10, 2006

NOBEL DE LA PAZ PARA UNA MILITANTE

La ecologista keniana Wangari Maathai, a los 60 años, fue receptora del premio Nobel 2004 de la Paz como reconocimiento a su lucha para promover las escasas reservas forestales de su país mediante la plantación sistemática de árboles, desde un movimiento de mujeres denominado Green Belt (cinturón verde). La boscosa Kenya de su infancia se había convertido en una masa de superficies marrones y polvorientas como consecuencia de una sistemática deforestación, y en 1977 decidió crear un vivero en los fondos de su casa para encarar el problema. Hoy se estima que su iniciativa produjo la plantación colectiva de más de 20 millones de árboles.

Recuerda que “de niña crecí viendo mucha vegetación a mi alrededor, y también arroyos claros y hermosos. En nuestro idioma no tenemos una palabra para desierto, porque nunca vimos uno. Nuestra tierra estaba cubierta con forestas y todo tipo de vegetación. Amo a los árboles, adoro sus colores. Para mi ellos representan la vida, y también la esperanza. Una vez que se plantan, crecen. Y crecen mas altos que nosotros, nos dan sombra, nos hablan, nos proporcionan un sentido de satisfacción. Pienso que es el color verde. Le digo a la gente que creo que el cielo es verde.”

Por primera vez en su centenaria historia, el Comité Nobel decidió otorgar su apreciado lauro a una luchadora ambiental: la prensa mundial lo rebautizó por ello “Eco-Nobel”. El presidente de la entidad proclamó que “de este modo le damos una nueva dimensión al concepto de la paz, pues nuestro entorno natural es tan importante para la paz y para la vida futura como puede serlo la erradicación de las armas químicas y atómicas”.

El Programa Ambiental de Naciones Unidas ya había reconocido la valiosa labor de Maathai en 1987, cuando le concedió su premio Global 500, lauro que a través de varios lustros ha resaltado en todo el mundo la lucha ecologista para salvaguardar el patrimonio natural de la humanidad. No todo fueron rosas en su larga carrera como activista “verde”. Fue encarcelada varias veces por su defensa de los derechos humanos de su pueblo. En 1991 sufrió un primer arresto y fue puesta en libertad gracias a una intensa campaña de la organización Amnistía Internacional. No obstante, el régimen dictatorial imperante en Kenia la hostigó y puso entre rejas otras veces. Recién en 2002, con el advenimiento de un gobierno democrático, logró una banca parlamentaria.

Una de las instancias más delicadas de su activismo ambiental se produjo en 1989 “cuando nos opusimos frontalmente al partido gobernante por su intención de edificar un rascacielos en medio del parque Ururu, uno de los escasos espacios verdes de Nairobi, nuestra capital.” Asimismo, cuando sus seguidoras insistían en plantar árboles en zonas degradadas, hubo violentos ataques por parte de provocadores enviados por el gobierno, lo cual costó varias vidas.

El actual presidente keniano Mwai Kibaki se ha comprometido a erradicar la corrupción oficial imperante en su país, tras 24 años de sofocante autoritarismo. Un signo de tal compromiso ha sido el nombramiento de Maathai como vice-ministra de Medio Ambiente. Ella declara que “me dediqué a la política porque sentí que tenía algo por lo cual pelear… y quería que algunos de los valores por los cuales había vivido, trabajado y bregado ingresaran a la corriente política de Kenia. Creo que por primera vez tenemos un gobierno de y para el pueblo. Hoy, en el ámbito rural, estas ideas y valores se hallan fuertemente insertos en la mente de las personas”.