julio 11, 2006

DEFENDAMOS LA DESPENSA DE LA HUMANIDAD

Por Jacques Diouf*

El planeta deberá dar de comer a mil 500 millones de personas más en 2050. Urge optimizar la producción de alimentos.

ROMA, 10 jul (Tierramérica).- Acabar con el flagelo del hambre es uno de los mayores retos que la humanidad debe afrontar en los umbrales del Siglo XXI. Con una población mundial que está previsto llegue a los ocho mil millones en el año 2050, la Tierra tendrá que alimentar mil 500 millones de personas más. Esto exige un incremento proporcional de la producción alimentaria para no empeorar la situación. Así pues, se hace necesario intensificar y optimizar la producción de alimentos. Sin embargo, los recursos naturales sobre los que se basa la agricultura son limitados o están siendo sometidos a un proceso de erosión creciente. Las posibilidades, por ejemplo, de incrementar la extensión de tierras cultivables o el uso de recursos hídricos son ya reducidas.

Una de las claves para afrontar el futuro con éxito es la conservación y el uso sostenible de los recursos genéticos vegetales, la materia prima que los agricultores e investigadores utilizan para mejorar constantemente la calidad y la productividad de nuestros cultivos. Los recursos genéticos agrícolas permiten a la humanidad hacer frente a potenciales desafíos naturales y socioeconómicos, como nuevas plagas, el cambio climático y la mejora de la dieta alimentaria. Pero a lo largo de los últimos cien años, ha tenido lugar una enorme pérdida de diversidad genética.

Se estima que en ese período, unas tres cuartas partes de la diversidad genética agrícola se han perdido, y esta tendencia continúa. Actualmente poco más de un centenar de especies cultivadas constituyen la base de nuestra alimentación. Para garantizar la conservación de un patrimonio de vital importancia para la humanidad, la FAO, Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, ha elaborado el Tratado Internacional sobre los Recursos Fitogenéticos, que puede ser considerado sin duda el primer gran acuerdo internacional del tercer milenio y una piedra miliar en la cooperación Norte-Sur. Negociado por los países miembros bajo los auspicios de la FAO, entró en vigor en junio de 2004, al culminar un largo proceso iniciado en los años 70.

Se trata de un instrumento jurídicamente vinculante, por lo que cada país que lo ha ratificado deberá elaborar luego la legislación y los reglamentos que necesite para aplicarlo a nivel nacional. Este tratado es crucial en la lucha contra el hambre y la pobreza y esencial para alcanzar la erradicación del hambre y la pobreza extrema (el primero de los Objetivos de Desarrollo del Milenio) y garantizar la sostenibilidad del medio ambiente (la séptima meta).

La FAO calcula que la interdependencia media de los países es de un 70 por ciento: todos dependen de la diversidad genética de las plantas de otros países y regiones para garantizar la seguridad alimentaria de sus pueblos. El tratado ofrece un marco normativo para las políticas nacionales y la cooperación internacional, incluyendo la conservación, colección y evaluación de los recursos fitogenéticos para la alimentación y la agricultura, con la creación de una red internacional y un sistema de información mundial. El acuerdo reconoce por vez primera los derechos de los agricultores como guardianes de la diversidad biológica agrícola y establece un sistema multilateral de acceso y distribución de beneficios, que facilita el acceso a los recursos fitogenéticos para las partes contratantes, al tiempo que asegura la distribución de beneficios a nivel multilateral.

La primera reunión del órgano rector del tratado tuvo lugar en Madrid en junio, con la participación de más de un centenar de países que lo ratificaron. La reunión contó con un gran consenso para hacer operativo el acuerdo, por ejemplo en lo relativo a la transferencia de germoplasma, que regula el acceso a los recursos genéticos de 64 cultivos que constituyen 80 por ciento de los alimentos que consume la humanidad.

Podemos afirmar que en el competitivo entorno internacional de hoy, el Tratado supone una noticia extraordinariamente buena. En su desarrollo, toda la sociedad debería beneficiarse de diversas maneras: -los agricultores y sus comunidades, a través de los derechos de los agricultores.

El Tratado reconoce a nivel internacional por primera vez la contribución enorme que los agricultores han aportado y siguen aportando a la conservación y el desarrollo de los recursos fitogenéticos;
-los consumidores, dada la mayor variedad de alimentos disponibles, así como de productos agrícolas, junto con el aumento de la seguridad alimentaria;
-la comunidad científica, mediante el acceso a los recursos fitogenéticos, de importancia fundamental para la investigación y la mejora de las plantas;
- los centros internacionales de investigación agrícola, a cuyas colecciones el Tratado ofrece una base jurídica a largo plazo; -los sectores público y privado, a los que se asegura el acceso a una amplia gama de diversidad genética para mejorar el desarrollo agrícola; y
-el medio ambiente y las futuras generaciones, puesto que el Tratado ayudará a conservar la diversidad genética necesaria para afrontar los cambios imprevisibles del medio ambiente y las necesidades humanas futuras.

Tenemos el imperativo moral de hacer funcionar el acuerdo, ya que los recursos fitogenéticos constituyen una auténtica “despensa” de la humanidad. Un legado acumulado por generaciones de agricultores durante milenios que debemos defender y que es decisivo para la seguridad alimentaria. Y al hacerlo pretendemos alcanzar uno de los objetivos que figura en las bases de la carta fundacional de la FAO: erradicar el hambre de la faz de la tierra.


* Director general de la FAO. Derechos reservados IPS.